En Zona Centro, sentado en una silla con un bastón a lado se encuentra Juan Escobar Rizo, vendedor de rosarios, cadenas, pulseras hechas por el mismo que aprendió a hacer en un anexo; él cayó de un tren en movimiento en la ciudad de Chicago que le cambió la vida, ahora sabe que es un “un milagro de Dios” y por alguna razón continúa a pesar de las adversidades para demostrarse a sí mismo que puede lograr sus objetivos.
Esperando a que lleguen clientes, continúa trabajando para tener más mercancías, esta es su única ocupación, para Juan es difícil encontrar otro tipo de trabajo ya que a consecuencia del accidente perdió el pie izquierdo y dos dedos de la mano izquierda y otros dedos del pie derecho.
La historia
Juan se fue en el año 1999 a Estados Unidos para trabajar, se describe como una persona seria, callada y tímida, le cuesta entablar conversaciones con personas, aún más con desconocidos.
Por falta de dinero y “no saber hablar”, fue que decidió subirse a un tren con un grupo de personas ilegales que al igual que él buscaban una mejor calidad de vida.
“Como nunca he sabido hablar, ellos me dijeron vamos a otro lado para trabajar, yo por seguir la corriente y al no tener dinero me fui con ellos, no sé a dónde íbamos, solo los seguí”.
“Ya en camino, nunca me percaté que el tren iba a gran velocidad, entonces yo salté y solo sentí un gran dolor, al voltear vi pierna despegada, ese día me llevaron a recibir atención médica, ya no supe nada de mí hasta después de un mes del accidente, la doctora me prestó un teléfono y hablé con mi hermana y le dije que había perdido un pie en el tren, ya no pude explicarle más porque me dieron ganas de llorar”.
Ya estando de nueva cuenta en León, a causa de su accidente, la gente volteaba a verlos con morbo, fue por ello que se refugió en las drogas y el alcohol.
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“Me daba vergüenza salir a pedir a trabajo, era difícil pensar que iba a salir adelante porque estaba incapacitado mentalmente y físicamente, en un anexo fue como aprendí a hacer rosarios y pulseras ahora a eso me dedico”.
Desde hace ocho años Juan vende sus pulseras, en un inició con vergüenza empezó pero ahora se siente útil y contento aunque siente que le falta vencer algunos miedos como hablar y expresarse en público.
“Es difícil sentirme pleno, el accidente me ha costado aceptar el no saber vivir niñez, mi juventud, ser libre, saber comunicarme, ahora con este empleo me siento ocupado, siento que soy un milagro y Dios me tiene para algo, desaproveche mi vida y ahora es cuando se pagan las facturas”.
La enseñanza que le dejo el accidente es apreciar el tiempo y saber vivir la vida.