IRAPUATO, Gto. (OEM-Informex). México es de los pocos países que pueden darse el lujo de darle a la muerte diversas interpretaciones: de diversión, de tristeza, de júbilo e incluso hay quienes la ven como la única meta segura que van a poder cumplir.
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Hay la muerte científica, la que ocurre cuando la persona deja de respirar. En México hay por lo menos dos formas de que las personas que han muerto sean depositados en el lugar que se cree es el del eterno descanso: hay quienes deciden enterrar a sus familiares, para cumplir la máxima bíblica de “polvo eres y en polvo te convertirás”; hay quienes piensan que se puede ayudar a que la conversión de carne a polvo sea más efectiva y por ello deciden cremarlos, pues incluso pueden mantener a ese ser querido en casa, en una urna, o ayudarlo a que pueda cumplir ese último deseo, de visitar algún sitio que se quedó en ciernes o quedarse eternamente en él, al rociar las cenizas.
La muerte en México también es comestible. Los alfeñiques, alimentos que si bien tienen un origen árabe, en la cultura mexicana se ha arraigado. No hay altar sin comida, no hay muerto que no pueda regresar el dos de noviembre y no ser recibido con lo que le gustaba en vida.
La muerte es también cultural y al ser lo único seguro que el ser humano tiene, en México se ha decidido adoptarla. En México, la muerte suele asociarse al esqueleto, porque una vez consumidos y al volver a ser polvo, es lo único que permanece y ello asegura cierto grado de permanencia y trascendencia a la vez. “Huesos seremos”, dijo José Guadalupe Posadas cuando explicó el por qué sus catrinas y catrines eran eso y dijo que si hubiera una sociedad justa, todos nos veríamos como huesos, como iguales.
“Dicen que la muerte viene por mis huesos; si es así la espero, pa’ darle sus besos”, escribió Rockdrigo González y en esa frase se sintetiza parte de lo que la cultura mexicana tiene para con la huesuda: al final ella sólo estará, al final esa será nuestra última cita.