En forma que quizá podría juzgarse huracanada, el presidentede la Academia Mexicana de la Lengua, el doctor Jaime Labastida,disertaba sobre filosofía y filósofos; religión y profetas; libros, palabras, educación y amistad para desembocar-intencionadamente- en la nutrida obra del escritor Luis Spota.
El novelista falleció el día 20 de enero de 1985. Empero, lamera mención de su nombre provocó viva reacción. Entonces laoficina de Labastida en la Dirección de la Editorial Siglo XXI seconvirtió en magnífico espacio para reseñarlo.
Labastida estableció:
“Urge que los jóvenes lean los libros que acerca de la vidapolítica de la ficticia Nueva Castilla, Spota escribió. Los seisvolúmenes que exploran las entrañas del Poder rebasan sucarácter novelístico. No exagero al afirmar que esa seriebautizada La costumbre del poder tiene mucho que ver con la vidapolítica de México. La nuevas generaciones se entusiasmarán.Experimentarán lo que una crítica me confió recientemente: Esuna obra adictiva”.
“Sé, supe que el presidente Enrique Peña Nieto vigorizó suambición política tras leer estas obras de Luis Spota”, dijoeste reportero.
Jaime Labastida -hombre atareadísimo, muy madrugador- se animaa describir pasajes de la intensa amistad que mantuvo con elinfatigable narrador. Voz familiar la suya.
“No que fuera áspero o intratable; no. Luis era más bienhuraño. Distante. Frío al principio. Mas cuando propiciaba laamistad lo hacía a plenitud.
“Dirigía el Suplemento Cultural de El Heraldo de México. ConAlejandro Jodorowsky y sus Fábulas pánicas. Héctor Anaya, RenéRebetez, José de la Colina, Juan López Moctezuma, José AntonioArcaraz. Y escribía su columna política. Picaporte. Y cada lunesencabezaba la sesión de la Comisión de Box que el presidenteAdolfo López Mateos le encomendó.
“Y todas las tardes de todos los días de la semana escribía.Se metía en su casa de la calle Watteau en Mixcoac. Escribía amano. Letra menuda, pequeñísima. Si al llegar la noche conseguíaredondear una cuartilla se daba por satisfecho. Agudo observador.Penetrante testigo. Hombre apresurado. Detestaba desperdiciar eltiempo. Evitaba a quienes le distraían con cháchara inane.
“Me acuciaba la publicación de la tercera parte de mitemprana obra El amor, el sueño y la muerte en la poesíamexicana. Sopesaba posibilidades. Alguien me sugirió: ‘Ve aSpota. Dirige el Suplemento Cultural de El Heraldo…’. Tuveque desechar tal posibilidad. Mi trabajo requería espacio mayorque el que se otorga en unas páginas culturales.
“Spota creó una revista cultural. Espejo, se llama. Conespacio suficiente y bastante. Convencido fui a verlo. Me recibiósin mirarme. Sentado, leía cuartillas. ‘¿Qué quiere?’, medijo. ‘Traigo este texto...’. Sin mirarme, decidió: ‘Déjeloahí’. Años después nos encontramos en un campo de golf.Observé que alguien le preguntó: ‘¿Es usted Luis Spota?’ Yél devolvió: ‘Así me dicen’. Me vio en el club y me gritó:‘Jaime, vente a jugar con nosotros’.
“Desarrollamos una intensa amistad intelectual. Nosinteresamos por nuestras carreras. Tuve la distinción de opinarsobre su última novela. Lo concluyó Luis. Corregí algo. La obraes completamente suya”. VIGILABA EL SUPLEMENTO CULTURAL DE ELHERALDO, ESCRIBÍA SU COLUMNA POLÍTICA PICAPORTE Y DEDICABA LATARDE A ESCRIBIR SUS OBRAS
Novela cantata rebautizó el escritor Luis Spota a su La Plaza.Segunda versión. La produjo para anular críticas de autorestenidos por santones. En un par de semanas dio cima a la obra.Solicitó de reporteros amigos y admiradores autorización paraemplear crónicas y artículos publicados entre julio y octubre delaño 1968.
María Luisa Mendoza, Guillermo Ochoa, y decenas másparticiparon -muy gustosos- del esfuerzo del novelista.
Llegaba al periódico en Carmona y Valle 170 en la coloniaDoctores. Estacionaba en batería su automóvil. Kharman-Guíaadquirido en Alemania. Un automóvil sport de dos plazas. Su placacomenzaba con las iniciales LS. Llegaba a su oficina en un flancode la redacción. Dora Magda, su eterna secretaria. Un hombre quemantenía muy bien peinadas sus canas y vendadas siempre suslastimadas manos apellidado Albornoz, le transmitía recados.
Revisaba su correspondencia. Si -por yerro- hallaba un sobredirigido a su cercano vecino de redacción Agustín Barrios Gómez,daba voces; protestaba. Urgía a Albornoz a que le aproximara unbote de basura. Ahí dejaba caer el sobre ajeno. Y luego, con muchocuidado, lentamente empujaba con la punta de su zapato el botehasta el umbral de la oficina del cronista de sociales autor de lacolumna Ensalada popoff.
Buscaba a Lucy Macías. Una joven extremadamente delgadapropietaria de una enorme lacia cabellera negra. Lucy llevaba labitácora del suplemento. Su avance. Juntos buscaban en lostalleres a los Solórzano. Jorge y Jesús. Se les juntaba el viejoMike. Trío de formadores. Armaban el suplemento. Luis Spotavigilaba.
Conocía el oficio todo: “Escribo. Diagramo. Rauteo. Sé delinotipo. Consigo la noticia... Si fuera necesario saldría yomismo a vender el periódico”, solía decir.
De su amplia colección de fotografías podía nutrir lapublicación. Se sabía que ganó sus primeros pesos en elperiodismo fotografiando a españoles que llegaban a México. Losrefugiados del buque Vita.
Spota, hijo de un comerciante calabrés, recreó su figura en lanovela La pequeña edad. Con la Decena Trágica por fondo.
Rozaba el 1.80 de estatura. Individuo fuerte, vigoroso. Casiatlético. En las muñecas usaba una esclava en cuya superficiegrabó su tipo de sangre y sensibilidad a medicamentos. Usaba unllavero con un ruidoso cascabel. Y en la muñeca derecha exhibíados, quizá tres pulseras de plata. Cucharillas dobladas. “Unapor cada nieto”, explicaba en 1967.
Gabriela y Karla fueron sus hijas. Gabi vivía entonces en BajaCalifornia. Karlita amaba la pintura. Ilustró el libro que supadre escribió como cronista del presidente Luis Echeverría porel mundo. Tocayo, lo llamaba el Presidente. El viaje tituló laobra. Karlita produjo original portada.
Hugo Fernández de Castro -distinguido catedráticouniversitario- hace antesala en Siglo XXI. También el académicoFelipe Garrido. El doctor Labastida, quien durante varios añosescribió en Excélsior y obtuvo el Premio Nacional de Periodismo,recrea el universo de su inolvidable amigo el escritor Luis Spota.Sabedora de sus gustos la discreta secretaria le propone:
“¿Beberá su cocacola de siempre, Doctor?”
Y obtiene:
“Sí; hágame el favor”.
Casi forman un coro los recuerdos que remueve la personalidad deLuis Spota Saavedra.
“Admiré a Luis Spota desde que aparecía en la televisión,-en el Canal 2- como director-conductor de Metrópoli. Con JuanDurán y Casahonda. El periodista de Novedades Loret de Mola.Vestía corbata de moño. Llevaba el cabello cortado a la brush.Cultivaba un bigote muy espeso. Despedía Metrópoli con gransonrisa. Exhibía una pipa. “¡Que haya suerte!”, deseaba.
“Alguna vez lo vi muy cerca en la librería Zaplana de avenidaJuárez. Cercana al Kiko’s, próximo a Bucareli. Restauranteque frecuentaba el ya famoso Jacobo Zabludovsky. Spota presentaba yfirmaba ejemplares de su novela Las horas violentas. Huelga en unaempacadora. Trama que podría ajustarse al mundo sindical que poresos días combatía el líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo.‘No me culpen por el costo del libro. Díganselo al señorZaplana’, bromeaba el escritor.
“Un condiscípulo llamado Eduardo Ugalde Guillén mesorprendió una tarde al llegar a la Escuela de Profesores Lic.Miguel Serrano. ‘Mira’, dijo. Y me exhibió Casi el paraíso.‘¡Préstamela, Eduardo!’, pedí. ‘Tienes la tarde paraleerla’, condicionó Ugalde Guillén. Y adiós las clases. Meclave en mi banca para saber de Ugo Conti. De vago en las calles deNápoles a Príncipe con reconocimiento en el Almanaque Gotha.Amadeo Padula. Nunca supo quién fue su padre. Su madre eraprostituta. Llegó a México y arrasó con mujeres bellas ycélebres. Engatusó a maridos. “Príncipe... Príncipe...Príncipe... Lisonjeros le admiraron. Ridículo mayúsculo”. CONCHAMPAGNE Y FINOS REGALOS EL NOVELISTA LUIS SPOTA DIJO ADIÓS A SUSAMIGOS. SÓLO YO SABÍA CUÁN CERCA ESTABA SU MUERTE: JAIMELABASTIDA “Y en 1967 intenté conocerlo. Imposible. ‘El señorSpota es muy impaciente. Capaz que me corre si te dejo pasar’,dijo el señor Albornoz. Días de espera eterna. De verlo ir yvenir por los corredores de El Heraldo de México. Cargaba en labolsa del saco unas cuantas cuartillas. Hojas de máquina deescribir. Así se pedían en las tiendas misceláneas. Meatreví.
“Sabe usted, yo lo admiro mucho. Leí La estrella vacía. OlgaLang...”
“No me lo cuentes. Yo lo escribí. Dime pronto quéquieres”.
“Escribir, señor”.
“¿Has escrito algo?”
“Un cuento, maestro”.
“Dámelo”.
“En el umbral de su oficina se volvió para indicar a susecretaria:
‘Dora Magda aquí el compañero le va a dejar sus datos.Adiós’. Tocaron a la puerta. Un mensajero de la tienda LaGuerrerense. La miscelánea de don Isaías.
“Les hablan por teléfono”
“El 16 15 93 servía a decenas. A Lina Marín. Entonces coroen el Blanquita. Luego exuberante participante en películas comoEspérame en Siberia vida mía con Mauricio Garcés y ZulmaFayad.
“Habla Spota. Me gustó mucho tu cuento, maestro. Lo voy apublicar. Tráeme más. Vente para el periódico”.
“¿Qué quieres?”
“Ser reportero, maestro Spota”.
“Te conseguí ser corrector de estilo. ¿Le entras?”
En 1982 Luis Spota supo que el cáncer lo consumía. En elInstituto de Nutrición el doctor Campuzano procuraba su cura.
“Es la última vez que nos vemos. Estoy muy grave. Esadiós”.
Jaime Labastida revela:
“Cuando Luis se supo próximo a morir tuvo el ánimo y buengusto de convocar a un reducido grupo de amigos. Nos convidó a sucasa de Cuernavaca. ¡Agasajo inolvidable! Champagne para sudespedida. Generoso. Obsequió con finos -bien seleccionados-objetos a sus amigos. Desapareció a lo grande”.
Siglo XXI adquirió los derechos para imprimir La costumbre delpoder. Jaime Labastida anunció que el próximo 26 de septiembre enla Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes los señoresJesús Silva Herzog-Márquez, Felipe Garrido y Leonardo Curzio lapresentarán. Y más tarde Elmer Mendoza lo harán en la Feria delLibro de Guadalajara.
La obra de Luis Spota está muy viva.